jueves, febrero 28, 2008

Ese final


No le quedaba más remedio que caminar para sacarse ese estado desagradable que tenía en todo su ser. Los árboles de Parque Rivadavia lo vieron pasar y hasta parecieron respetar las cavilaciones en que iba inmerso. Si alguien le hubiera preguntado en ese momento que sentía, casi con seguridad que como respuesta se hubiera llevado nada más que una mueca de esa cara inexpresiva. No había palabras, no había formas de explicar aquel desconcierto en el que se hallaba sumido. Sólo sabía, y esto lo tenía bien en claro, que acababa de escuchar el final de una historia que resultó ni buena ni mala, la conclusión de un cuento que merecía un final redondamente feliz o, en el peor de los casos, haberse encontrado de frente con la palpable rugosidad de los acontecimientos maltrechos. Nada de esto pasó. Sólo escuchó un final. Por esa misma razón no tenía bronca, dolor ni amargura. Muchos menos felicidad. Ningún sentimiento de esos que son comunes a todos cabía en su cuerpo. Ese vacío era mucho peor que cualquier herida.

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