miércoles, octubre 27, 2010

Visceral

A veces me gustaría tener la madurez suficiente como para no ponerme a escribir en un momento de gran efervescencia interna como el que padezco hoy. Reconozco y envidio de alguna manera a aquellos que se preservan y de paso preservan a los ojos ajenos de las emociones abruptas y las dejan macerar en balsámicos tiempo y distancia.

Pero hoy no puedo dejar de explicitar lo que me moviliza. En la escritura urgente y catártica también encuentro una forma de apaciguar el fuego interno. Desde ya las disculpas del caso, pero creo reconocerme demasiado en este último párrafo como para justo ahora y a los 30 años venir a ponerme un disfraz de alguien que no soy.


Hace unos días leía “La aventura de Miguel Littin clandestino en Chile”. Más allá de la entretenida historia que cuenta el libro, siempre me impacta una misma arista que aquí también encontré: lo que generan las acciones y carisma de los líderes políticos y la fuerza o incidencia que tiene la política misma en la vida cotidiana de la gente.

En este libro Littin, no sin un evidente enamoramiento y bajo el trazo de García Márquez, dibuja la imagen de un pobrerío chileno huérfano de líder y lo que es peor: huérfano de la esperanza de un futuro mejor que comenzaba a gestarse en los tormentosos setenta y que quedó trunco con la muerte de Salvador Allende. A su desaparición, según cuenta, y varios años después, en ciertas regiones del sur chileno aun había familias que guardaban "clandestinamente" en sus hogares alguna fotito de Allende o atesoraban en sus memorias alguna anécdota con él. Pero siempre –y esto es lo que mas me conmueve- estaba presente la conciencia de haber experimentado un cambio en la calidad de vida y de haber tenido, aunque sea fugazmente, algún derecho a la esperanza.

Un ejemplo más cercano lo tuvimos en la Argentina con el peronismo. Aun hoy encontramos viejos que adoran a Perón y a Evita y que se emocionan al recordar que la primera pelota de fútbol que patearon o la primera cocina gracias a la que comieron algo caliente la tuvieron de manos del propio Presidente o de Eva. En este punto es donde para mi muere toda la ideología. Es agradecimiento sincero. Una popular muestra de amor por haber sido trocada una vida siempre postergada por otra un cachito mejor. Es nada menos que el fin último de la política, aunque los detractores hablen de demagogia o populismos. Que se lo cuenten al que le dio de comer anoche a sus hijos gracias a ese último recurso que es la asistencia social.

Hoy a mi me duele la muerte de Néstor Kirchner.

En las últimas horas la hermana de un amigo al que quiero mucho me interpeló sobre este sentimiento y si no era un tanto exagerado frente a ese amplio catálogo de tragedias que enfrenta a diario nuestro país como por ejemplo la muerte de un niño por desnutrición. La respuesta más formal que me surgió en el momento fue que no hay tragedias mas o tragedias menos importantes. Si no que sólo hay formas de sentir la vida y de pararse frente a estos hechos. Pero sin embargo, después de unas horas elijo darle otra respuesta: considero que la política puede y debe ser un vehículo para que no existan nunca más esos niños muertos que me señala. La desazón por la muerte de un líder político en el que uno ha creído también se carga a todos esos niños. Porque en el entusiasmo uno se imaginó, soñó y fantaseó con un movimiento político capaz de gestionar un Estado donde no muera un pibe más, un futuro mejor. La tristeza por el pibe que muere es válida pero insuficiente y cómoda. Prefiero la tristeza o la rabia por la desaparición de una posible solución.

En esta parte del texto podría cortar camino y contarles el caso de mi progreso personal y el de mi familia durante la presidencia de Kirchner. Pero encuentro que además de poco interesante sería egoísta y no muy distinto al de muchos otros de clase media. Eso si, con una diferencia a los de mi clase. No soy de los que creen que el progreso social cuando se dá sea sólo producto del mágico esfuerzo propio ni tampoco como algunos gustan decir ahora “del viento de cola de la situación mundial”. Creí y creo en los Estados generadores de oportunidades de desarrollo.

Más allá de cualquier éxito material o social elijo quedarme con todo lo simbólico que me deja su partida. Fundamentalmente me queda un interés voraz por la política y una creencia ciega en el Estado como agente de igualdad social. Estas dos cosas no son poco para un integrante de una generación como la mía que se crió en los 90, donde el Estado y la política eran dos malas palabras.

Su presidencia me terminó conquistando por mostrarme la otra cara de la moneda. Por hacer realidad alguna de esas cosas que tanto me maravillaba leer cuando era chico en los libros de Eduardo Galeano o hasta en alguna letra de León Gieco. Me enseñó algo que siempre intuía por ser hijo de inmigrantes y por haber vivido en otro país de este continente: que estábamos más cerca de América Latina que del imbécil concepto racistoide de Europa.

Todos estos cambios culturales y tantos otros marcaron mi juventud y marcarán sin dudas mi vida entera. Otro mundo era posible. Y aquí si quieren agreguen que no es un mundo perfecto, sino uno menos injusto. También si quieren aquí inserten los innumerables errores de su gestión, de los cuales seguro estoy no alcanzaría el blog para contarlos. Y también si quieren podemos discutir largo y tendido sobre sus formas, oportunismos y picardías políticas.

Aun así, yo logré ver la otra cara de la moneda en donde también se podía darle batalla a las corporaciones y eso ya está dentro mío. Moriré con ello.

Para ir cerrando me queda un párrafo para preguntarles algo de corazón a los que hoy festejaron en esta capital y que no son precisamente los más pobres del país. Me encantaría que me miren a los ojos y me cuenten las razones del odio o de la bronca porque si buscamos en lo económico no creo que ninguno de los que aquí puedan hablar estén peor que hace 7 años. Mucho más difícil me es comprenderlos desde lo cultural sin comerme antes las obras completas de Jauretche.

Cuenta Littin que un manifestante se paró una vez frente a Allende con un cartel que decía “Este Gobierno es una mierda. Pero es mi Gobierno”. Y que Allende se bajó del auto en que iba sólo para darle la mano y aplaudir a aquel hombre. 37 años después y al otro lado de la cordillera, yo hubiera escrito el mismo cartel.

martes, octubre 19, 2010

Servicio a la comunidad

Después de algunos meses sin publicar absolutamente nada vuelvo hoy no en calidad de Periodista o de delirante aficionado a las letras –si es que puedo englobarme en cualquiera de esas dos categorías-. No. Hoy simplemente regreso a este espacio para hacer algo así como un servicio de bien público para mis propios amigos o para quienes azarosamente lleguen a este blog.

El asunto es que –una vez más- esta semana hubieron sendos rechazos a ciudadanos argentinos en el Aeropuerto de Barajas, en Madrid. Después de un par de experiencias propias, una de ellas bastante negativa, me gustaría poner énfasis en lo único que está al alcance hacer por parte de los que viajamos: prevenir estando informados de cómo es la cuestión del ingreso. Y así disminuir los riesgos de pasar una de las peores experiencias de nuestras vidas.

En lo personal viví dos malos momentos. El primero de ellos fue en Madrid en el año 2008. Iba de vacaciones con dos amigos y yo, el más oscurito de los tres, fui interrogado hasta el hartazgo por el vigilante de migraciones que me tocó en la Terminal 3. Con un gallego de ojos tristes pasé unos cuantos minutos de mi vida contándole de los motivos de mi viaje, del dinero que llevaba, mostrándole los pasajes de las otras conexiones que pensaba abordar y las reservas de los hostels en que pensaba hospedarme. Harto de que cumpliera con todo lo que demandaba me miró por largos segundos en los que aproveché para señalarle a mis amigos que, pasaporte sellado en mano, me esperaban al otro lado de la línea. Cansado y derrotado me despidió sellándome el pasaporte y con un “vale” entre dientes.

El segundo mal momento fue al ingresar a Londres en el aeropuerto de Gatwick (por si creían que los malos ratos sólo se daban en España). La situación fue más o menos la misma. Únicamente variaron cuestiones de forma. Yo no le entendía nada al agente de migraciones y el tipo nada a mi. A duras penas coincidimos mediante algunas palabras y gestos en que yo debía mostrarle mi reserva hotelera y mi pasaje de salida de Londres. Sólo me dejó en libertad unos minutos después cuando recibió mi respuesta de donde trabajaba (hasta eso me preguntó) El británico fue tan incisivo como el español sólo que sus formas eran realmente educadas e inclusive me pidió disculpas por los problemas idiomáticos. Aunque parezca un detalle bobo: llegado el momento hay que expresarse con seguridad y de la forma mas simple posible. Al menos en España los agentes de migraciones son más bien cortitos.

Para ir cerrando sólo quiero reiterar que el asunto no es joda. Que vivimos en un continente que tiene extraordinarias libertades de movilidad y eso hace que no tomemos conciencia como es debido de las restricciones en otros puntos del planeta. Aun hoy cuando cuento mis experiencias no falta el que no me toma en serio o se burla creyendo que es una exageración.

Si bien no hay que obsesionarse, porque la mayoría no tiene problemas en esta situación, hay que tomar conciencia de que el riesgo existe.

La única manera de evitar problemas es viajar informado de los requisitos de ingreso. Que de puntuales que son, pasan a ser un “cazagiles” donde el desinformado la caga. Las autoridades nuestras llegado el momento nada pueden hacer y la Comunidad Europea es totalmente hipócrita en sus postulados. EEUU al menos exige visa de ingreso y eso ahorra tiempo, dinero y sobre todo, disgustos. Las líneas aéreas y agencias de turismo tampoco informan con el énfasis en que bombardean con ofertas. En esto, muchachos, estamos solos. Y como bien dijo algún aparato por ahí: la información es poder.

Cosas a tener en cuenta en general y que a mi me exigieron:

Pasaje de ida y vuelta con fechas cerradas.

Estadía y cantidad de dias creibles. Es decir, que no rocen los 90 dìas que vale el visado.

Dinero para la estadía. Este punto hay que consultarlo en la página de la UE, pero piden una suma que ronda los 60 euros diarios. (punto clave)

Reservas hoteleras o carta de invitación de un residente local sellado por la policia y enviado a través de correo postal.

Pasajes de otras conexiones que hagan en el continente.

Seguro médico por la cantidad de dias que vaya a durar el viaje que cubra un mínimo de 30 mil euros.

Tarjeta de crédito (llevar resumen además) para respaldar la “solidez económica” que veladamente exigen.

Y siempre, pero siempre, consultar antes de viajar la página de la UE.