jueves, julio 13, 2006

El desayuno


“Me siento feliz”, leyó Tomás en el diario mientras tomaba el primer sorbo del café con leche casi frío que recién había intentado, infructuosamente como siempre, calentar en el microondas. Hizo una mueca burlona arqueando una ceja por lo poco atractivo que le pareció ese titular. A pesar de que era Periodista deportivo, siempre que desayunaba empezaba a leer el diario por el suplemento de espectáculos. Repetía esta rutina como si necesitara, por estar recién levantado, hacer un precalentamiento y no exigir demasiado a la mente para después si, leer con más atención la sección deportiva, por ser su trabajo, y al final la parte de política e internacionales, que le interesaban más, en ese orden.
La foto de Valentina le entretuvo la mirada un par de minutos. Ella posaba con los brazos en la cintura, visiblemente tensionados y sus hombros, no menos rígidos, estiraban su postura hacia atrás, como si quisiera comenzar tímidamente un escape. No obstante, ayudaba a exhibirla bien. Su remera, blanca, cortita y estrecha dejaban ver la perfección de unos pechos pequeños, como si adivinaran la medida de lo discreto y suficiente, que le hacían una agradable combinación con sus ojos color miel y el pelo lacio castaño rojizo perfecto. Unos jeans oscuros que ajustaban todo lo que en ellos cabía, cerraban el cuadro. Tomás sonrió apenas ya que por su mente de veintiún años pasaba lo irreprimible, con ganas imaginó que vista de espaldas esa mujer le provocaría un grave problema cardíaco. Lo primero que miraba en las mujeres era el culo y si no, por lo menos lo adivinaba, como ahora, taza en mano. Mientras, el labrador dorado le exigía también desayunar e interrumpía con su hocico la imaginación lujuriosa de su amo.


Diego.

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